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«Acabad ya con esta crisis!», de Paul Krugman (2012)

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«Acabad ya con esta crisis!», de Paul Krugman (2012)

 
Sociología, estructura económica, política económicaResumen, comentarios y anotaciones por E.V.Pita, licenciado en Derecho y Sociología.

Título: «»Acabad ya con esta crisis!»
Título original: «End this depresion now!»

Autor: Paul Krugman

Fecha: 2012
Editorial: Critica
Páginas: 264

Texto de la contraportada: «Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, ha escrito un libro realmente extraordinario en el que las causas de la actual crisis económica, los motivos que conducen a que sigamos sufriendo hoy sus consecuencias y la forma de salir de ella, recuperando los puestos de trabajo y los derechos sociales amenazados por los recortes, se explican con una claridad y sencillez que cualquiera puede y debería, entender.
Naciones ricas en recursos, talento y conocimientos – los ingredientes necesarios para alcanzar la prosperidad y un nivel de vida decente para todos- se encuentran en un estado de intenso sufrimiento. Como llegamos a esa situación? Y, sobre todo, cómo podemos salir de ella? Krugman plantea estas cuestiones con su habitual lucidez y nos ofrece la evidencia de que una pronta recuperación es posible, si nuestros dirigentes tienen la claridad intelectual y la voluntad política de acabar ya con esta crisis».

RESUMEN

Interés del libro: es de los más recientes que estudia la crisis del 2008 al 2012, tiempo suficiente para hacer un diagnostico y tener una visión general de lo que ha pasado y las posibles soluciones.

Obras relacionadas: «La cultura de la satisfacción», JK Galbraith explica en 1992 porque los gobiernos reducen los gastos sociales y, en cambio, rescatan a la banca.

Introducción:
El autor cita una definición de Keynes para concluir que la recesión del 2008 es una depresión menor que la de 1929 salvo en Grecia, Irlanda y España, donde se han llegado a niveles del 24% del paro (la mitad juvenil). También dice que los teóricos se preocupan de como evitar futuras crisis sin escribir nada sobre como salir de esta. Y sostiene que los políticos y otros expertos que están en el poder y que aplican la receta de recortes dolorosos y austeridad no se han leído los estudios de Keynes y otros sobre como salir de una depresión, por lo que vuelven a caer en los mismos errores de 1930 que agravaron la recesión.

Capítulo 1.
Krugman aborda el desempleo en EE.UU. y critica a quienes dicen que cualquiera puede trabajar si quiere ( pero son los mismos que no tienen un empleo que ofrecer ni conocen a nadie que ofrezca empleo ). Este dice que por primera vez desde 1930 la gente sufre desempleo crónico masivo. A parte de lo que reflejan las encuestas de población activa ( gente que busca y quiere trabajar) hay otra parte que se ha desanimado y ya no busca y otra parte que ha visto reducida su jornada a la mitad. De una u otra manera el 40% de la población trabajadora de EE.UU. ha visto reducidos sus ingresos. Lo peor es que no disfrutan de la cobertura sanitaria y de subsidios de los europeos ( donde hay menos pobreza).
También replica a quienes dicen que hay que tener paciencia con los ajustes y que la austeridad dará sus frutos a largo plazo que, como dijo Keynes, «a largo plazo todos estaremos muertos» y que, tras 5 años, hay que acabar con el sufrimiento de los parados de larga duración o los recién licenciados que tendrán peor futuro laboral pese a su alta formación. Realmente, las economías tenían que estar creciendo, al menos en EE.UU..
También teme el auge del extremismo político como en los años 30.
Krugman define esto como un desastre humanitario que era innecesario y que a diferencia de un sutnami o un terremoto podíamos haber evitado porque las soluciones [nota del lector: soluciones keynesianas, supongo, como aumentar el gasto público] ya se conocen pero no se aplican por una combinación de intereses propios e ideologías distorsionadas.

Capítulo 2

Krugman dice que las salidas de las recesiones son muy sencillas, basta con incrementar la demanda como propuso Keynes y ampliar las existencias de dinero prestándolo a bajo interés o interés casi cero. Critica que muchos políticos, desde hace cuatro décadas sigan empeñados en un tipo de doctrinas mal entendidas que nos llevaron directos a una depresión económica. Pero cambiar la situación tiene fácil arreglo. Funcionó en 1981-1982 con el llamado Amanecer de América o en 1992 y 2001. Sin embargo, en la crisis de Japón y la recesión del 2008 el truco dejó de funcionar porque la economía cayó en una trampa de liquidez: ninguna empresa está dispuesta a gastar más de lo que gana ni invertir porque el trabajador no consume sino que ahorra todo lo que puede. Como ejemplo pone la cooperativa de canguros que ya usó en un libro anterior en el que los padres acumulan bonos sin que nadie pida a otros que cuiden a sus hijos.
Para Krugman existe una crisis de escasez de demanda porque el desempleo y la caída de salarios afecta a todos por igual, a trabajadores que carecen de formación y a los licenciados. La solución para salir de la Depresión vino por sí sola debido a que en 1939 EE.UU. tuvo que incrementar sus gastos armamentisticos. Este gasto público generó empleo y Krugman dice que qué más da en que se gaste el Gobierno el dinero siempre que estimule la demanda, por ejemplo haciendo carreteras. [ nota del lector: es lo que decía Samuelson de que el Gobierno podía elegir gastar el dinero público en cañones o mantequilla ].

Capítulo 3

Krugman rescata las teorías de Hyman Minsky sobre el apalancamiento (el alto endeudamiento) y sus efectos sobre la crisis. En una economía boyante el alto endeudamiento no preocupa porque el acreedor confía en cobrar y, en todo caso, el hipotecado moroso puede vender su casa porque los precios siguen al alza. Pero llega un momento crítico, el momento Minsky, en el que estalla una burbuja o hay una leve recesión y, entonces, los bancos se dan cuenta de que la deuda es muy alta y restringen el riesgo, los compradores de casas ahorran por temor a no poder venderla y las empresas despiden trabajadores y cancelan inversiones para acumular efectivo. Ante el negro panorama, los trabajadores temen una caída de los salarios y un despido y dejan de consumir para ahorrar. Esta caída en espiral de la demanda genera más depresión, más cierres y más flexibilización laboral (reducción salarial). Dado que todos ganan menos y los precios bajan, hay deflación y la carga de la deuda es mayor (ganar un dólar cuesta más). Esto fue lo que pasó en 1929 con la Gran Depresión, que redujo brutalmente la deuda privada hasta 1945. Tras la guerra volvió el crédito, el endeudamiento y el crecimiento pero en 1980, el endeudamiento se disparó descontroladamente hasta 2008, cuando se produjo otro momento Minsky, y comenzó de nuevo el des desapalancamiento. Krugman dice que la solución pasa porque alguien, o sea el Gobierno, se endeude y gaste el dinero que el sector público se guarda en el bolsillo. Krugman cree que la inflación es buena porque aligera la carga de la deuda. [ nota del lector: actualmente, los Gobiernos europeos hacen denodados esfuerzos para que no haya inflación o sea baja, lo que perjudica a los deudores que han sufrido un recorte salarial y beneficia a los acreedores].

Capítulo 4
En este capítulo, Krugman habla de la ley Glass-Steagall de 1933 que puso limitaciones al riesgo de los bancos y asegurar los depósitos de los clientes para suavizar el ya mencionado momento Minsky (alto apalancamiento y deseo masivo de pagar las deudas). La misma ley separó la banca ordinaria de la de inversiones y riesgo.
Después de 50 años sin sustos financieros la administración Carter liberalizó las tarifas del transporte aéreo y de carretera. Reagan, en 1980, para facilitar el crédito en un entorno de inflación e intereses altos, siguió la política de liberalización en el sector financiero en la que las cajas de ahorros incrementaron sus operaciones de «riesgo moral» (cobrar comisión por beneficios y estar asegurados contra las pérdidas), lo que llevó a finales y en 1982, con la ley Garn-St. Germán de los 80 a una crisis y quiebras aunque el Estado tapó el agujero con dinero público (130.000 millones de dólares). En los 90, continuó la liberación bancaria que permitió fusionar bancos convencionales y de riesgo y Clinton canceló las leyes Glass-Steagall. Hasta el 2008, los préstamos fueron cada vez más arriesgados pero la banca se deshizo de ellos colocandolos a inversores ingenuos o mal informados. Se creó una banca paralela mayor que la tradicional. Posteriormente, Krugman lo que llama la Gran Mentira, que es culpar al Gobierno de obligar a los bancos a conceder préstamos a gente pobre para comprarse una casa. Krugman lo refuta porque mientras hubo regulación todo fue bien. A partir de 1998, el Estado tuvo que acudir en rescate de un hedge fund (fondo de cobertura). Krugman niega que haya habido un crecimiento extraordinario entre 1980 y 2008, ya que mientras en 1945 a 1970 la gente duplicó su nivel de vida, desde 1980 solo ha mejorado ligeramente sus ingresos y eso fue por hacer horas extra. Solo unos pocos multiplicaron sus ingresos. Krugman dice que en 1999, en su libro El regreso a la economía de la depresión no fue capaz de prever lo que se venía encima.

Capítulo 5

En este capítulo, Krugman repasa las estadísticas sobre ingresos en EE.UU. desde 1947 al 2008, que pasaron de una media de 20.000 a 60.000 dólares para demostrar que en los últimos 30 años se ha ensanchado la brecha de la desigualdad salarial. Desde 1986, los ingresos oscilaron entre 50.000 y 60.000 dólares. Mientras, los riquísimos pasaron de ganar un millón a dos en ese período. Estos ingresos astronómicos, según Krugman, explican parte de la actual crisis. La mayoría no son inventores de Facebook o Google sino especuladores de fondos de cobertura sin generar valor para la sociedad. Además, se vieron beneficiados por los recortes en impuestos, lo que estimuló su búsqueda de beneficios. A ello se sumó que la clase media, más empobrecida, coninuó con un fuerte consumo y asumió un alto endeudamiento. Finalmente, Krugman sospecha que algunos políticos estuvieron ciegos a la crisis que se avecinaba por sus fuertes lazos con influyentes grupos financieros. Así se explicarían las generosas campañas a políticos que se posicionaron sinceramente hacia una mayor desregulación financiera y otros que dejaron la carrera política para ocupar altos cargos en grupos de inversión.

 
(Continuará el resumen)

«La sociedad opulenta», de John K. Galbraith (1958)

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«La sociedad opulenta», de John K. Galbraith (1958)

 
Sociología, sociedad de consumo, estructura económica

Resumen, comentarios y anotaciones por E.V.Pita (2011)

Título: «La sociedad opulenta»
Titulo original: «The affluent society»
Autor: John Kenneth Galbraith
Fecha de publicación: 1957

Valoración personal: el libro está escrito en un lenguaje llano y comprensible, y es muy ameno. Explica cosas que todavía vemos 50 años después en relación a los recortes sociales para reducir el déficit público. Se anticipa a las doctrinas monetaristas de Milton Friedman que prevalecerán entre 1980 y 2008.

Resumen: Galbraith observa en los años 50 que hasta los conservadores han abrazado la doctrina keynesiana de un estado que gasta en servicios públicos y estimula la demanda, la producción y el consumo. El problema es que los conservadores no protestan por la subida de impuestos porque el Estado se gasta el dinero en armas para proteger a los más ricos de la amenaza comunista. Guerras como la de Corea, o la futura de Vietnam, movilizaron millones de dólares del sector público, lo que no deja de ser pura doctrina keynesiana [nota del lector: es la misma receta keynesiana que aplicó la Alemania totalitaria entre 1933 y 1939 para reducir el paro mediante un programa de rearme y construcción de autopistas].

Sin embargo, Galbraith considera que ese gasto en armas podría dedicarse a mejorar las escuelas públicas o la sanidad, porque en el país hay muchas bolsas de pobreza que no han sido eliminadas. «La gente cree que es una cuestión de si son blancos o negros, diferencias difíciles de arreglar, pero nadie piensa en que la solución es hacer una buena escuela», dice. [Nota del lector: últimamente, las propuestas de los recortes fiscales siempre inciden en la sanidad o la educación, raramente en el gasto militar. Galbraith considera que los altos costes armamentísticos que gasta el Estado, con el consiguiente aumento de impuestos, son aceptados por los ricos porque sirve para defender su sistema de libre mercado de otros].

En los primeros capítulos de la obra, Galbraith analiza a los clásicos Adam Smith, Ricardo y Malthus y su explicación de la pobreza. Smith explica que la libre competencia es mejor que el control del Estado porque el mercado fija los precios reales y permite una distribución más racional de los recursos. Esta idea la aplica Ricardo a los salarios, que afirma que la ley de la oferta y la demanda hará bajar el salario del trabajador hasta el límite de subsistencia, lo que se ha denominado la Ley de Bronce de los salarios. O sea, ganar lo justo para vivir y un poco más para mantener a la familia. Por su parte, Smith explica que el crecimiento económico conllevará un aumento de la población, lo que volverá a ajustar los precios. Otros añaden que puesto que hay que maximizar el beneficio para formar capital y reinvertirlo, los salarios deben ir a la baja.
Y Malthus advierte que el crecimiento exponencial de la población no se compagina con la producción alimentaria y, por tanto, el mundo está condenado al hambre. Galbraith explica que los economistas clásicos contagiaron su pesimismo a todo el siglo XIX al creer que no hay salida para la pobreza y suponiendo que la riqueza generada por los formadores de capital se extendería al resto de la población por filtración.
Lo que ha ocurrido, según Galbraith, es que no se cumplíó la ley de bronce por tres motivos: porque los trabajadores que podían aportar un rendimiento marginal, aportar algo nuevo a la empresa, mejoraron su salario porque la empresa les reconoció sus costes de formación. Y, en todo caso, siempre habría un competidor dispuesto a contratar a un trabajador que va a producir más de lo que cuesta.
En segundo lugar, los que eran incompetentes y su producción era baja, fueron despedidos, y ocuparon puestos en la economía sumergida o fuera del mercado. Un tercer motivo fue que era necesario que los trabajadores se reprodujesen porque si no, al cabo de una generación, quedarían extinguidos, motivo por el cual los salarios tenían que haber aumentado hasta el punto de permitir criar a un hijo. Estas fueron las razones por las que los salarios se mantuvieron siempre por encima del nivel de subsistencia y la ley de bronce.
Lo que lamenta Galbraith es que a ningún economista clásico, que fueron quienes mejor interpretaron el mundo en que vivían, se le ocurrise dar una solución para reducir la pobreza, algo que consideraban inevitable.
Respecto a Veber y su libro sobre «Teoría sobre la clase ociosa», Galbraith le critica que se limita a describir como los más afortunados despilfarran esos beneficios que tanto ha costado acumular y que se supone que iban destinados a la inversión.

Otro clásico siniestro es Spencer, el que aplicó el darwinismo social a sus teorías de que solo sobreviven las empresas más fuertes y los trabajadores más competentes. Los negligentes y las empresas sin inicitiava serán inexorablemente barridas del mercado. No se debe alimentar con limosnas a los pobres porque eso es subvencionar la pereza. Los pobres también forman parte del sistema que no debe ser alterado. Los herederos de las grandes fortunas tienen derecho a ellas porque han heredado los genes triunfantes de sus padres. Galtbraith lamenta que la teoría de la economía clásica haya sido tan despiadada porque la realidad ha mostrado otra cara: monopolios que alteran el mercado, y personas compasivas que han fomentado políticas públicas de ayuda social a los más desfavorecidos.

En el capítulo 6 dedicado a Karl Marx, Galbraith reconoce su gran influencia como economista porque interpretó la economía de su tiempo desde distintos puntos de vista: imperialismo, mercado, lucha de clases, Estado… Galbraith comenta que Marx supo prever los monopolios y las depresiones economicas, aunque esta última no llegó a poder estudiarla con detenimiento. Sin embargo, aclara que sus estudios no pueden ser tomados como un dogma ya que si bien acertó en su época eso no quiere decir que lo vaya a hacer en el futuro, algo que les cuesta entender a sus más ortodoxos seguidores.
Hay algo que llama la atencion en Marx: este critica a Ricardo que vea inevitable que haya un ejército de parados expulsados del mercado. La solución es evidente: que el Estado cree puestos de trabajo, algo que luego pondría de actualidad Keynes.
Marx también anticipa una revolución que cambiará las clases dirigentes. Galbraith responde que Marx siempre fue un teórico que llevaba mucha ira dentro.

En el capítulo 7 sobre la desigualdad de la renta, Galbraith se pregunta por qué ningún pensador clásico ni actual se ha esforzado en buscar fórmulas para redistribuir la renta. Casualmente, la mayoría de las teorías se esfuerzan en explicar por qué es  buena la desigualdad, porque así maximiza los estímulos para mejorar y competir y dar todo de si. Cuando a alguien se le ocurre la idea de subir los impuestos a los ricos, siempre aparecen teorías que prueban que eso sería contraproducente para todos porque es bueno que una clase acapare el capital y el ahorro para invertir, etc… Galbraith sospecha que lo que hay detrás de estas teorías es la vulgar realidad de que a nadie le gusta desprenderse de su dinero.
Galbraith indaga en las políticas redistributivas de la renta y recuerda que un pais como Noruega, bastante igualitario, goza de una alta renta media mientras que Oriente Medio, la zona más desigual, está lastrado por la miseria. No se cree la teoría de que la acaparaciòn de capital en pocas manos beneficia a todos. Y también examina los salarios y su evolución entre 1900 y 1960. También estudia la concentración de la riqueza entre los más ricos y el porcentaje de pobres a lo largo de los años.
[Nota del lector: la redistribución de la renta es un concepto clave porque es un indicador de cómo se reparten los impuestos; si se dedican a eliminar la pobreza y aumentar el nivel de vida de la población o se gasta en otros asuntos que no mejoran la situación económica de los contribuyentes]

Posteriormente, en el capítulo 8, Galbraith examina las razones que han llevado a implantar la seguridad social en muchos países. La principal razón es que las sociedades industriales avanzadas generan riesgos de alto desempleo o de obsolescencia técnica. Las empresas buscan seguridad mediante estudios de mercado e invierten en publicidad para asegurar sus ventas y compiten para no ser superadas técnicamente por novedosas innovaciones. Y los empleados reclaman seguros de desempleo por indemnizaciones por despido para mitigar el riesgo de acabar en la calle y no ingresar dinero. Tras la Gran Depresión, entre 1933 y 1938, los gobiernos se dieron cuenta de que los electores acogían muy favorablemente las políticas de seguridad social porque todos tenían algo que perder en un clima de incertidumbre y riesgo. [ nota del lector: justo lo contrario que en 2008-2012 donde el riesgo vuelve a estar presente].
Galbraith dice que Ford no tenía nada que perder al construir un coche barato pero que su nieto sería un manirroto si se arriesgase con una aventura similar.
Y como dice Galbraith, en los años 50 se pensaba que la aplicación de las recetas keynesianas suavizaron o eliminaron para siempre los efectos adversos de los ciclos económicos de producción y recesión. [nota del lector: los ciclos volvieron a ser una pesadilla a partir de los años 90, cuando se cuestionaron las recetas de Keynes].

Los críticos de la protección social sostienen que el progreso tiene un doble estímulo: el éxito y el garrote (quedarse en paro, arruinarse). Dicen que los agricultores europeos, cebados con subvenciones y asegurados, tienen miedo a competir en precios, panorama que no estimula la producción. Según ellos, la inseguridad económica se supera mediante mejoras tecnológicas. Sin embargo, Galbraith replica que la eliminación o reducción de la incertidumbre ha disparado la producción. El conflicto entre progreso y seguridad ya no existe en los años 50 y 60 del siglo XX.El autor también cuestiona las criticas que dicen que la cobertura de paro genera trabajadores perezosos o aprovechados pero este tipo de ociosidad también se da en la universidad y, sobre todo, dice Galbraith, entre los altos directivos de las empresas.
El escritor advierte que lo peor para la producción es caer en una depresión económica aunque sea ligera pues una leve disminución respecto al anterior ejercicio aboca a millones de empleados al paro forzoso. En un párrafo clave del libro, Galbraith recuerda el argumento keynesiano de que el subsidio del paro o la pensión de vejez también contribuye a sostener la producción. Los mismos efectos producen los subsidios a la agricultura o los gastos sociales. Dice que una alta producción beneficia a todos porque da seguridad económica y, por tanto, no deben permitirse las recesiones ni exponer a alguna gente al paro forzoso. Por eso, dice, las antiguas preocupaciones por la igualdad, la seguridad y la productividad se han reducido a una sola preocupación por la productividad y la producción. Pero de aquí surge una paradoja por la preocupación por la producción a metida que esta crece.

En el capítulo 9, sobre la importancia de la producción de bienes, ya que con ella se mide la prosperidad de un país. A pesar de las quejas sobre la falta de espiritualidad, la producción sigue presente en las mentes. La producción se aunenta mediante cinco maneras: eliminando la ociosidad de los recursos disponibles, mayor eficiencia en la combinación de trabajo y capital, aumentando la oferta de trabajo y la de capital, y con innovaciones técnicas. Pero de estos cinco métodos, los economistas solo se concentran en aumentar uno o de pasada dos o tres. Raramente se concentran los esfuerzos en invertir en innovaciones técnicas o está mal repartida, con mejoras en las grandes industrias del petróleo o motor pero otras, pymes de construcción o textil, que apenas invierten. Nadie da importancia a que algunas industrias no innoven.
Galbraith llama la atención sobre el distinto rasero con que se considera la producción. Si es privada, nadie cuestiona que esta sea eficiente y de calidad mientras que si es pública, siempre flota la duda sobre su calidad cuando no tiene por qué ser así. Le parece una percepción interesada para desprestigiar lo público y ensalzar cualquier producto que sea fabricado por el sector privado. [ nota del lector: diversos autores han estudiado la privatización del ferrocarril en Inglaterra durante el Gobierno de Thatcher y se vio que la gestión privada tampoco era más eficiente que la pública y en caso de pérdidas, el Estado acudía al rescate porque el tren es un servicio esencial]. Pero lo que interpreta Galbraith es que estos ataques tienen como objetivo reducir los niveles de tributación y pagar menos impuestos.

Lo que viene a decir Galbraith en ese capítulo es que nadie debe olvidar que la producción también contribuye a aumentar la producción total, lo que aporta un crecimiento adicional de la producción es lo que actualmente se toma como referencia para evaluar la marcha de la economía de un país. [ nota del lector: hasta el momento Galbraith no menciona específicamente el PIB, que hoy en día determina la fortaleza económica de un país]. Además, señala que la producción no es ni mucho menos eficiente y que todavía se puede subir varios puntos con una mejor estrategia para distribuir los recursos, algunos de los cuales quedan ociosos. Pero esto no se hace ni se persigue de una forma total ni racional por unas razones que Galbraith expone en el resto de su libro. Cree que existe un gran mito respecto a la demanda de bienes y que no nos damos cuenta de necesidades que no tenemos mientras que damos importancia a cosas que tenemos pero que es producción marginal y superflua.

En el capítulo 10, examina los imperativos de la demanda del consumidor. Según Galbraith la elevada producción ha garantizado una seguridad económica pero Galbraith destaca que esa producción no tiene por qué estar relacionada con la reducción de la desigualdad o el aumento del empleo. La urgencia es satisfacer las demandas del consumidor. Si antes las personas tenían interés es proveerse de alimentos, casa y vestido ahora la preocupación es tener coches más elegantes, vestidos más románticos o diversiones más sofisticadas. La moderna economía trata de abastecer eses deseos tan terrenales. Pero Galbraith dice que la teoría que defiende esos deseos de consumo y la producción que los fabrica quizás esté bien vista pero «es ilógica y descocada hasta extremos que llegan a ser peligrosos».

Galbraith analiza la teoría de la demanda del consumidor (y la satisfacción de sus deseos más urgentes y luego los secundarios) y para ello retoma la definición de Adam Smith sobre valor de uso y de cambio. El agua tiene un alto valor de uso y el diamante ninguno pero las piedras preciosas son mucho más escasas que el agua y por tanto su precio es mayor, lo mismo que la satisfacción del comprador. Galbraith cree que la distinción fue finalmente aclarada por los economistas Menger, Jevons y Bates Clark a través de la utilidad de la utilidad marginal decreciente y que hace decrecer la producción en condiciones de abundancia creciente. Una vez que el abastastecimiento de pan llegó a todo el mundo, las preocupaciones de consumo se volvieron menos urgentes. Galbraith dice que esta es una teoría clave de la economía pero que, en el siglo XX, fue «convenientemente» olvidada porque científicamente no era posible asegurar que la satisfacción estaría completamente cubierta algún día y porque tal concepto contradecía el paradigma que abogaba por un consumo sin límites.
Galbraith dice que hay unas necesidades urgentes, como comer, y otras secundarias como ir al hipódromo una vez por semana. Las segundas solo son cubiertas con una combinación de las urgentes (renuncias a más calorías para gastar el dinero en el cine). Para Keynes, en sus Essays, era fácil en 1930 cubrir las necesidades básicas y resolver el problema económico. [ nota del lector: en 2012, en el libro Repensar la Pobreza, los autores descubren lo mismo: que un pobre que gana 1 dólar al día si gana un poco más no destina ese dinero a comer màs sino a ocio o bebida].

Capítulo 11

Galbraith dice que afirmar que repugna al sentido común que las necesidades no se hacen menos urgentes al aumentar el abastecimiento básico. Y lo que no se puede hacer es crear necesidades artificiales o crear otras nuevas con el único propósito de que la producción crezca más. La producción viene a crear un vacío que ella misma ha creado. Se trataría de un tipo de economía funciona como una noria impulsada por una ardilla. Se pregunta si es necesario un producto que necesita ser promocionado con millones para venderse. No hace falta publicidad para venderle comida a un hambriento pero sí para promocionar una marca de cereales del desayuno.
Ve una relación con «efecto dependencia» entre la producción y una demanda que ya no se basa en necesidades reales sino que es alimentada por un consumo avivado por la publicidad. Dice Galbraith que ahora da igual que la producción sea alta para que haya mayor bienestar porque las necesidades a satisfacer también son mayores.
Galbraith recuerda que en el cspítulo 8 habló de que lo importante del crecimiento de la producción es que genera empleo. El consumo es instigado para elevar la demanda e incrementar la producción lo que quiere decir que si no hubiese publicidad el aumento de demanda sería cero. O sea, que la utilidad marginal del producto agregado actual menos la publicidad y la técnica de ventas es cero. El sistema consumista de la sociedad opulenta de los años 50 estaba afianzado en unas «raíces tortuosas». Termina con esta frase: «creo que se ha roto el lazo que nos ataba a la obra de Ricardo y nos enfrentamos con la economía de la opulencia propia del mundo en que vivimos».

(el resumen continuará en fechas próximas)

 

«Las contradicciones culturales del capitalismo», de Daniel Bell (1979)

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viernes, 29 de junio de 2012

«Las contradicciones culturales del capitalismo», de Daniel Bell (1979)

 
Sociología, estructura ecónomica, sociedad industrial, cultura de masas

Resumen, comentarios y anotaciones de E.V.Pita, licenciado en Derecho y Sociología

Título: «Las contradicciones culturales del capitalismo»
Título original: «The Cultural Contradictions of Capitalism»

Autor: Daniel Bell

Fecha de publicación: 1979

Editorial en español: Alianza Editorial

Texto de la contraportada: «Para Daniel Bell – profesor de la Universidad de Harvard y figura eminente de la sociología mundial – el sistema capitalista necesita la expansión continua del principio de racionalidad para resolver los problemas de organización y eficacia que el funcionamiento de la economía exige. Pero, simultáneamente, la cultura del capitalismo acentúa cada vez más valores de signo opuesto, tales como el sentimiento, la gratificación personal y el hedonismo, respuesta reactiva a la vieja ética puritana de orden y trabajo que acompañó al ascenso de la burguesía. Las contradicciones culturales del capitalismo nacen, precisamente, del choque entre ambas tendencias orgánicas, que ponen en grave riesgo la coherencia y estabilidad de la civilización occidental. Dividida en dos grandes secciones («El doble vínculo de la modernidad» y «Los dilemas de orden político»), la obra prolonga el análisis ya iniciado en «El advenimiento de la sociedad industrial» (AU 149), con la que se halla íntima y dialécticamente vinculada. Si el anterior volumen describía los rasgos característicos de esa formación social en nacimiento, el objeto de la nueva investigación es la naturaleza y la estructura de la cultura burguesa, sus relaciones con los profundos cambios que se están produciendo en las sociedades industriales avanzadas y el papel decisivo que desempeña en la crisis general del sistema. Porque la sociedad moderna no es un sistema organizado por un solo principio, sino que constituye la amalgama de tres ámbitos diferenciados, articulados por criterios axiales de signo contrario: la estructura tecnoeconómica, regida por la eficiencia; el orden político, orientado hacia la igualdad, y la cultura, dirigida hacia la autorrealización».

ÍNDICE

Introduccion: la separación de ámbitos.

Parte primera: el doble vínculo de la modernidad

Capítulo 1: Las contradicciones culturales del capitalismo

Capítulo 2: Las escisiones del lenguaje cultural

Capítulo 3: La sensibilidad del decenio de 1960

Capitulo 4: Hacia la gran instauración: la religión y la cultura en una era postindustrial

Parte segunda: Los dilemas de orden político

Nota introductoria: De la cultura al orden político

Capítulo 5: La América inestable; factores transitorios y permanentes de una crisis nacional.

Capítulo 6: El hogar público: sobre la «sociología fiscal» y la sociedad liberal.

Resumen:

Dice que el postindustrialismo ha generado cambios exclusivamente en el orden tecnoeconómico pero no en el cultural ni político.

Capítulo 5

En este capítulo, Bell proyecta el futuro de Estados Unidos desde 1979 al 2000 y no va desencaminado. En primer lugar, anticipa el auge de las multinacionales, que escapan a cualquier control, y la expansión de la economía internacional. Después, predice la supuesta decadencia comercial de EE.UU. como potencia hegemónica, el colapso de la URSS por pérdida de legitimidad de sus líderes y estancamiento económico, y la desmembración de Yugoslavia a la muerte de Tito. Sugiere problemas con el clima pero no de la envergadura actual. Tampoco anticipa la era de los ordenadores ni Internet, el invento que ayudó a la balanza comercial de EE.UU.

Capítulo 6

Este capítulo sobre el hogar público y la fiscalidad es el más interesante a día de hoy porque explica los puntos débiles del Estado de Bienestar, del elevado déficit público y el apalancamiento como forma de facilitar el consumo a todos los ciudadanos y cómo finalmente los Estados se ven obligados a rescatar a los bancos y dirigir una economía de tipo corporativo.
En primer lugar, la fiscalidad tiene un límite. Dice que aumentar los salarios un 10% a lis trabajadores de una fábrica solo supone subir el 3% de los costes pero incrementar el salario un 10% a los funcionarios es aumentar los costes un 7%. Por tanto, en una economía basada en los servicios habrá una alta inflación que perjudica a la clase media.
Por otro lado, los votantes exigen políticas igualitarias para que todos tengan educación superior gratuita, asistencia social, etc… que generan un gasto fiscal hasta límites insostenibles. Y aquí viene lo mejor: ante la incapacidad del Estado de financiar todas estas demandas, emprenden políticas monetarias que facilitan el crédito y el apalancamiento. [ Nota del lector: Esto es lo que ha permitido que un banco conceda un crédito a una persona con escasos ingresos para comprarse una casa]. Siguiendo la misma línea argumental, al final el Estado se ve obligado a intervenir contra la inflación o, si hay recesión, contra la deflación ( que genera desempleo ) mediante controles de precios y férreas medidas para evitar la evasión de capitales. Aunque Bell escribió estas líneas en 1979, prácticamente describió la crisis del Estado de Bienestar que adopta medidas para que el sistema capitalista tire del crecimiento económico.

(en breve continuará el resumen

«El nuevo Estado industrial», de John Kenneth Galbraith (1967)

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«El nuevo Estado industrial», de John Kenneth Galbraith (1967)

 
Sociología, estructura económica,

Resumen, comentarios y anotaciones de E.V.Pita, licenciado en Derecho y Sociología

Título: «El nuevo Estado industrial»
Título original: «The new industrial state»
Autor: John Kenneth Galbraith

Fecha de publicación: 1967

Editorial en español: Sarpe

Comentarios previos: En este libro, Galbraith estudia el poder de las grandes corporaciones para influir mediante la planificación en el libre mercado y controlar los precios y el consumo. Aunque el capital está en manos de los accionistas, la gestión y estrategias corren a cargo de la «tecnoestructura» o la organización, que en definitiva serían los altos ejecutivos que dirigen las empresas. Galbraith cree que estas grandes empresas y el Estado están vinculadas. El autor también advierte que estas grandes empresas han olvidado su objetivo clásico de maximizar su beneficio y lo que busca es garantizar la continuidad de la empresa. Galbraith añade que el Estado planificador se convierte en un cliente importante porque es necesario para desarrollar alta tecnología.
Algunas ideas ya las desarrolló en La sociedad opulenta.
El hecho de que el poder de las grandes corporaciones esté en manos de altos directivos tiene gran trascendencia tras la crisis de 2008, cuando autores como Stiglitz y otros criticaron las grandes indemnizaciones que cobraban los directivos de bancos en quiebra y sospecharon que estos no buscaban el máximo beneficio para los accionistas sino para ellos mismos.

INDICE

1. El cambio y el sistema planificador
2. Los imperativos de la tecnología
3. La naturaleza de la planificación industrial
4. La planificación y la oferta de capitales
5. Capital y poder
6. La tecnoestructura
7. La gran sociedad anónima
8. El empresario y la tecnoestructura
9. Excurso sobre la empresa bajo el socialismo
10. La contradicción aceptada
11. La teoría general de la motivación
12. Perspectivas de la motivación
13. Motivación y tecnoestructura
14. El principio de coherencia
15. Los objetivos del sistema planificador
16 y 17. Los precios del sistema planificador
18. La gestión de la demanda especifica
19. Revisión de una secuencia
20. La regularización de la demanda agregada
21. La naturaleza del empleo y el desempleo
22. El control de la espiral de los precios y salarios
23 y 24. El sistema planificador y el sindicato; el sindicato ministerial
25. El estamento pedagógico y científico
26 y 27. El sistema planificador y el Estado.
28. Un resumen más
29. El sistema planificador y la carrera de armamento
30. Las demás dimensiones.
31. Las lagunas del plan
32. Sobre el trabajo
33. Educación y emancipación
34. La dirección política
35. El futuro del sistema planificador.

RESUMEN

Capítulo 1

Galbraith comienza su libro con una exposición sobre la importancia que adquirieron entre 1950 y 1980 las grandes corporaciones, cada vez menos y más grandes. Gigantes como la General Motors dirigidas por altos directivos de los que nadie conoce el nombre. Estas organizaciones necesitan mucho dinero para invertir en nuevas tecnologías. A su vez, Galbraith recuerda que tras la «revolución keynesiana» el Estado y las empresas estimularon la demanda y el consumo así como los gastos militares en defensa. Prácticamente el Estado se ocupa de colocar los bienes sobrantes para que no haya superproducción y sube o baja los salarios para regular la inflación. A esto, Galbraith le llama el Estado planificador, muy alejado del papel secundario que tenía el Estado en un mercado de libre competencia.

( próximamente continuará el resumen)