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 Resumen del libro «Contra el futuro», de Marta Peirano (2022)

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 Resumen del libro «Contra el futuro», de Marta Peirano (2022)

Ver el resumen original y actualizado en: 

https://evpitasociologia.blogspot.com/2023/02/contra-el-futuro-de-marta-peirano-2022.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación Contemporánea, licenciado en Derecho y Sociología.

Sociología, medioambiente, cambio climático, tecnología

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500 RESÚMENES DE LIBROS  DE ECONOMÍA Y SOCIOLOGÍA

«DE ADAM SMITH A LA INFLACIÓN EN POSTPANDEMIA (1776-2023)»
por E.V.Pita (2023)


Link al compendio de resúmenes:

https://evpitasociologia.blogspot.com/2023/01/500-resumenes-de-libro originals-de-economia-y.html

Descargar el PDF en este enlace: https://eleconomistavago.wordpress.com/wp-content/uploads/2023/01/500resumenesok.pdf

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Ficha técnica

Título: «Contra el futuro»

Subtítulo: Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático

Autora: Marta Peirano

Editorial: Debate, Random House GE, Barcelona, 2022

Número de páginas: 173

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Biografía de la autora Marta Peirano (hasta 2022)

Marta Peirano escribe sobre tecnología y poder. Ha fundado periódicos y organizado cryptoparties, ha comisariado bienales y publicado libros sobre autómatas, sistemas de notación, criptografía y un best seller sobre el capitalismo de plataformas titulado «El enemigo conoce el sistema». Da conferencias sobre infraestructuras, soberanía tecnológica, propaganda computacional y cambio climático. Actualmente, vive en Madrid.

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Texto de la contraportada

«Es la historia más vieja del mundo, la de un desastre medioambiental y una tecnología que nos salva. La hemos repetido como un mantra desde el principio de los tiempos porque hasta ahora se ha revelado cierta: somos el animal más peligroso de la sabana y hemos vencido a las bestias, a las tormentas y a las enfermedades. Pero la estrategia evolutiva que nos ha mantenido vivos desde el inicio de nuestra experiencia nos empuja ahora al borde de la extinción. Estamos tan atrapados que ya nos parece inevitable.

No es un problema técnico. A nuestro alcance hay soluciones para frenar el calentamiento global. Pero las grandes tecnologías de nuestro tiempo no pueden ayudarnos a gestionar la crisis climática, porque están diseñadas con otro objetivo muy distinto: gestionarnos a nosotros durante la crisis climática. Este libro habla de las estrategias de acción ciudadana con las que hacer frente a la aceleración del feudalismo climático y el capitalismo desastre. Un nuevo relato antiapocalíptico para construir un futuro esperanzador.

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ÍNDICE

1. Mitos

El arca

Salirse del tarro

Tres futuros

Superpoblación

Es difícil pensar en el cambio climático

2.  Máquinas

Geoingeniería: el bueno, el feo y el malo

El aspirador de partículas

Una Orca

Mil Orcas

Nueve mil millones de Orcas

Plantar, reforestar, restaurar

Una dieta para la salud planetaria

Triple dividendo climático: sanos, sostenibles y felices

Otras maneras de ser humano

Geoingeniería contra el fin del capitalismo

3. Inteligencia No Artificial

Incentivos para anticiparse a la crisis

El «Stack» social: resocializar las instituciones

Ciudades inteligentes: los fracasos del colonialismo digital

Nubes Temporales Autónomas

Interdependencia: fricción + cuidados

Un ejército civil contra el cambio climático

Encontrar en el infierno lo que no es infierno

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En el capítulo 1,  Marta Peirano recuerda que el arca de Noé fue la primera tecnología o proyecto de geoingeniería diseñados para sobrevivir al cambio climático (un diluvio universal), un relato que coincide con un capítulo de la Epopeya de Gilgamesh, de Babilonia, (el héroe es Utnapistim, que construye una barca circular reforzada con brea. La misma historia se repite en el Manvantara indio, el Bergelmir nórdico o la Gran Inundación de Gun-Yu). Son historias de orden y caos, ya que la Humanidad siempre lo estropea todo, por lo que recibe un castigo y debe reinventarse. Es quemarlo todo y empezar de cero, un arquetipo del eterno retorno o la compulsión de recursividad, el arquetipo del bien y el mal. Esto se vuelve a repetir ahora con las grandes extinciones en las eras geológicas precedidas de desastres pero también implica progreso y evolución, pero que también generó traumas. En 20.000 leguas de viaje submarino ya se perfila esa visión apocalíptica del mundo moderno: tecnología, medioambiente y globalización.

La autora comenta que Elon Musk busca la manera de escaparse al Planeta Rojo, puede hacerlo porque además de ser multimillonario no usa fondos públicos ni ha sido elegido en las urnas «para cambiar el destino de la raza humana», y nadie lo puede vetar ni tiene que dar explicaciones a nadie. Peirano compara a Musk con un héroe de Marvel (como Iron Man) o Von Braun, el inventor de la V2 y luego héroe de la carrera espacial, porque su forma de entender la exploración espacial «no tiene límites ni moral porque es una herramienta de conquista de la especie humana sobre todo lo demás. Es una ciencia extractiva y abiertamente capitalista del proyecto». Según la autora, se trata de un relato de evolución y progreso que también dominó la Era de los Descubrimientos, caracterizadas por la aniquilación y transformación de lo explorado por vía del genocidio, destrucción del hábitat y recreación de las ciudades civilizadas y que ahora se reconocen en la industria tecnológica contemporánea, que depende de la extracción masiva de datos como parte de un proyecto de «optimización del ser humano», «un nuevo instrumento civilizador que opera a escala mundial para sacar el máximo rendimiento del planeta y de la mayor parte de sus habitantes, Y la misma industria que habla ahora de proyectar la luz de la especie humana más allá de la Tierra está más preocupada por el agotamiento de los recursos que explota». Recuerda que la Inteligencia Artificial no es inteligencia ni artificial ya que depende de enormes recursos naturales que extrae y de las personas a las que explota para ser autónoma.

 «Jeff Bezos y Elon Musk no compiten por salvar a la humanidad, sino por desembarazarse de ella». Y la autora recuerda que «el capitalismo no comparte ganancias» » y a los exploradores espaciales no les interesa que «muchos crucen las puertas». Califica a la Ciencia de «forma educada de violencia».

La autora añade que los proyectos lanzados en el Año Geofísico Internacional de 1958 resultaron mucho más cruciales para la supervivencia de la especie que las 22 misiones del Apolo a la Luna, «cuyo objetivo no era científico sino colonial», y que resultaron más valiosos los datos tomados por las sondas. Y el barato método de usar 8 telescopios para retratar un agujero negro fue un proyecto internacional que contradice el dramático arquetipo del esforzado científico (blanco, varón o en su versión femenina, una niña) que triunfa individualmente mientras que la ciencia es colectiva y el feminismo, más. Dice que «el arquetipo es una proyección del Imperio y las herramientas del poder nunca servirán para derrocar al poder».

La autora ve tres futuros: ir a Marte (es un planeta letal para ser el humano y no hay tecnología suficiente), el castillo (plataformas digitales como naciones-Estado) y ciudades artificiales (colonias flotantes en Dubai). La autora recuerda que los multimillonarios están buscando construir sus propios Camelot y soluciones para el «día después» del desastre y separar su mundo de los demás por la crisis climática, la crisis alimentaria o la crisis del desempleo que promete la automatización.  Bezos o Musk desarrollan estructuras de vigilancia a prueba de revueltas, nacionalizaciones y terremotos en un escenario postapocalíptico: Starlink (red de nanosatélites ofrecida por SpaceX), Kuiper Systems (de Amazon). Cita por último el Metaverso, que califica de «distopía cryptopunk» porque seguirá espiando a los usuarios, ya que todos los datos serán visibles para el servidor, y contribuyendo a generar un «feudo de infraestructuras virtuales donde alquilarán sus oficinas y universidades, guarderías y hospitales, tiendas, festivales, oficinas de atención al ciudadano y peep shows cuando nuevos acontecimientos climáticos, temperaturas extremas o pandemias interrumpan la vida cotidiana como lo hizo el Covid-19 en 2020».  Las empresas que monopolicen el Metaverso dependerán de enormes centros de datos y conexión 5G (sujetas a servicios como Amazon Web Services, Microsoft Azure y Google Cloud). Será puro entretenimiento.  (La autora critica a Facebook porque sabía de los daños que Instagram hacía a los niños o hacía la vista gorda con otros abusos generados por «fake news»).

Peirano también alerta sobre la «superpoblación» predicha por Malthus en 1789, lo que se denomina la «catástrofe malthusiana» (porque la población sobrepasa los recursos) y que, según Huxley, esto obligaría a montar gobiernos autoritarios para controlar los disturbios de los ruidosos humanos, o bien a crear una «sobreorganización» (tecnologías de gestión como instrumentos para obtener el poder, lo que a la autora le recuerda Silicon Valley). Pero la autora recuerda que los humanos «empiezan a desaparecer» porque el número medio de hijos por mujer se ha reducido a la mitad (mortalidad infantil, educación, métodos anticonceptivos y mercado laboral). Pese a los temores de Ehrlich y su libro «La bomba poblacional», la autora replica que al autor lo que le moleste es que en la India haya caos, ruido y suciedad, gente sucia, aunque en realidad la India y otros muchos países pobres son los que menos contaminan. Teme que la Humanidad ya esté pagando su «deuda de extinción» debido a que ya ha empezado la cuenta atrás porque su hábitat está desapareciendo. Para Margulis, la clave de la supervivencia no es la competencia sino la colaboración. «Hemos convertido nuestra biosfera en una externalidad. Por eso nos parece sensato agotar sus últimos recursos para expandirnos a otros planetas», dice la autora, que recalca que «no queremos ser animal».

Dice que hemos externalizado y atomizado nuestro proceso en forma de herramientas (garras, exoesqueleto, alas, supervelocidad), comunicarnos para coordinarnos como un solo hombre y externalizamos la evolución del cerebro para muchas cosas (pero no todas): «Nuestras infraestructuras sociopolíticas son más difíciles de transformar que las técnicas,  porque están hechas de ideologías, historias basadas en arquetipos tan fuertemente arraigados que son difíciles de cambiar. Por eso es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, son fantasías que descansan en la idea del desastre como un acontecimiento y que rechazan el error, con su potencial implícito de aprendizaje y adaptación. La evolución emocional requiere poner conciencia a las estrategias mentales que nos han salvado en el pasado y reconocer que se han convertido en obstáculos». Cree que aunque la ideología del cambio tecnológico implica que las fuerzas del mercado han sustituido a las fuerzas de la historia esto no es así  y nunca podrá serlo, ya que los cambios históricos surgen de emociones profundas de la gente confrontadas con una crisis. Dice que estamos ante una encrucijada: «podemos tratar de restaurar el hábitat del que dependemos (una opción lenta, difusa y colectiva) o huir del planeta humeante y empezar otra vez».

La autora es pesimista y, citando a Kahneman, cree que además nuestros sesgos nos impiden cambiar ni entender los riesgos de circular en coche, comer alimentos que nos hacen sentir mal como la carne o coger aviones para fotografiar unas ruinas. Además, solo favorecemos la información que confirma nuestras creencias. Pero también abre la puerta a emociones más tóxicas como la culpa o la vergüenza. Para ello surgen ideas como reducir la huella de carbono «comprando más cosas: plásticos reciclables, kombucha en botella acristalada o coche eléctrico». «Si comes, bebes, caminas y respiras, entonces eres tan culpable como BP  (una petrolera)», dice la autora. La autora añade que «el capitalismo se ha especializado en generar patrones de conducta que favorecen el consumo compulsivo de sus productos, compitiendo de forma deshonesta con las alternativas y secuestrando la decisión del consumidor. Es difícil elegir lo correcto cuando la opción medioambientalmente sensible es un artículo de lujo (leche de avena, almendras o avellanas)». Aunque cuestan tres o cuatro veces más, la decisión es tuya, el problema eres tú, eres tú quien contamina el planeta comiendo comida basura procedente de macrogranjas y te anestesias comiendo dulces, comprando gangas, cogiendo aviones y viendo Netflix. Ve detrás una «disonancia cognitiva» tras idea de este sacrificio individual cuando cientos de jefes de Estado  y otros líderes viajan en jets privados a los grandes congresos climáticos donde se acuerdan estrategias (que nadie cumple) para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los dos grados centígrados. «Cómo conciliar un mundo en el que las empresas más contaminantes son premiadas y protegidas por las mismas instituciones que deberían fiscalizarlas, donde las multinacionales ejercen un poder desprovisto de responsabilidades y aquellos que toman las decisiones que más afectan al planeta están protegidos de sus consecuencias», dice la autora. Y ve una estafa de gran magnitud: «¿De qué vale que yo deje de coger el coche, de comprar pañales desechables o de comer salchichas?». Se pregunta por qué ella tiene que ser la pringada que va en tren mientras la gente que más daño hace vuela en jets.

La autora cree que tenemos una capa de sensores, antenas, observatorios, satélites y algoritmos capaces de medir el cambio climático e instituciones que pueden trabajar de forma coordinada para salvar a la especie humana en vez de conquistar nuevos mundos para empezar una nueva era de extracción. «Podemos distinguirlas de las plataformas extractivas y colonialistas que no están diseñadas a ayudarnos a mitigar la crisis sino para gestionarnos durante las crisis antes de sustituirnos por una mano de obra que no enferme, ni se canse, ni comprenda la injusticia o sueñe con la revolución», dice Peirano. Por eso, indica que es «crucial» que empecemos a separar los relatos oportunistas del feudalismo climático de las ideas, experiencias, condiciones, tecnologías y protocolos que van a ayudarnos a ejecutar ese plan.

En el capítulo 2, la autora se centra en las tecnologías diseñadas para sobrevivir al cambio climático, por ejemplo, con la intención de extraer dioxido de carbono de la atmósfera, ya que aunque se bajase se bajase el ritmo de emisiones, no se frenaría el aumento de temperaturas. Es pesimista porque los intentos de eliminar carbono de la atmósfera son burdos, han fracasado o tendrían que ser megagigantescos. [nota del lector: algunos autores añaden que solo contribuirían a mantener el crecimiento y el consumo, justo lo que contamina el planeta].

Hace referencia al fenómeno WBT (wet-bulb temperature o «cocinados por dentro» porque la humedad del 77 %  no nos deja sudar cuando el cuerpo supera los 38,9 grados; sería el equivalente a un baño turco). Está descrito en la novela El Ministerio del Futuro, de Kim Stanley Robinson, en la que advirtió de que este fenómeno será cada vez más frecuente en los próximos 60 años causando millones de muertos. A todo se han sumando inundaciones en Alemania, incendios forestales en California, España o Siberia que emitieron 1.760 megatoneladas de carbono a la atmósfera o tormentas en Zheng (ciudad china).

En el 2021 se registró una concentración récord de 421 ppm, el equivalente al Óptimo Climático del Plioceno Medio hace 3,5 millones de años (y unas temperaturas superiores en 2 o 3 grados a la era preindustrial). Para bajar las emisiones y cumplir los compromisos medioambientales habría que reducir un 6 % el uso de energía fósil (el 84 % de la energía usada en el mundo) cada año en una década cuando el plan real de los Gobiernos es aumentarlo un 2 %. Para la autora, todo apunta a que la temperatura llegará a 2,7 grados a finales de siglo e incluso a 4, ambas «una sentencia de muerte». Ve una adición a los combustibles fósiles. Las alternativas son reducidas: energía hidráulica (solo el 6,4 %), las renovables (eólica, solar y biodiésel, 5 %) y la nuclear (4,3 %). Y hay 1.000 millones de personas viviendo sin electricidad a las que no se puede exigir que renuncien a la modernidad.

Será muy difícil cumplir el objetivo del 1,5 grados (subiendo a 0,2 cada década) a no ser que los gobiernos adopten medidas drásticas por lo que Peirano teme que se acelere la sexta extinción [nota del lector: algunos expertos dicen que, en realidad, sería la séptima]. El problema es que los gases de efecto invernadero son basura que se puede acumular durante siglos si nadie los limpia. 

De ahí que hayan surgido proyectos de geoingeniería para limpiar el aire «que exigen grandes inversiones de dinero sin sacrificios políticos». La autora compara  la geoingeniería con las historias de desastres mundiales solventados con tecnología, como echar chorros de dioxido de azufre en la atmósfera para que sus partículas reflejen los rayos del sol. Pero la autora advierte que «no existe una tecnología lo suficiente rentable, escalable y sostenible para hacer ninguna de las dos cosas». Y las tecnologías disponibles producen más emisiones que las que capturan.

Inicialmente, se intentó probar con la captura, extracción y secuestro de carbono (CCS) pero resultó un fracaso, como el caso de la central termoeléctrica de Saskatchewan, en Canadá, de SaskPower, cuya tecnología costó el triple y funcionaba por debajo de la capacidad prometida (37 %). Por otro lado, quienes están emitiendo más carbono son solo tres países supercontaminadores: Estados Unidos, China e India (los que más subvencionan los combustibles fósiles con 5,3 billones de dólares), por lo que la autora aconseja que el esfuerzo se concentre en estas tres economías. Eso sin contar con la producción de cemento.

Otra idea es la Orca, que significa una «captura directa», y que consiste en cobrar a terceros por succionar dióxido de carbono directamente al aire. La Orca, de la suiza Climeworks AG y la islandesa Carbfix, costó 15 millones y fue construida en Islandia y atrapa 4.000 toneladas métricas de dióxido de carbono al año. Pero la autora sentencia que es una cantidad «ridícula» (el equivalente a 3 segundos de emisiones mundiales y resulta que hay 10.000 millones de toneladas emitidas al año, por lo que harían falta construir 2,5 millones de Orcas y la eliminación de cada tonelada costaría 800 dólares, rebajables a 100 o 200). Coldplay los contrató para reducir la huella de carbono generada por sus conciertos para que fuesen más ecosostenibles. Pero de momento solo hay una Orca y para la autora este sería el típico «rescate del último minuto» similar al Arca de Noé. Y aunque se lograse la neutralidad de carbono en 2030, los niveles de acidificación del mar seguirían subiendo y generarían una reacción en cadena. «Soñamos con ser rescatados por ingenios que contaminan más de lo que limpian, que cuestan más de lo que ahorran, que no están a la altura del problema y que no han funcionado nunca, pero nos escandalizan los antivacunas por su fanatismo e irracionalidad», dice la autora.

Peirano recuerda que ya existen Orcas naturales, dado que el 30 % del dióxido de carbono es absorbido por el mar. Al igual que las plantas, que lo transfieren a los animales, y al morir, el carbono vuelve a ser enterrado. Pero con la era del petróleo, se han quemado «los dos extremos de la cuerda», porque se quema más CO2 y, a la vez, se destruyen bosques y plantas, incluso las sequoias (mucho más baratas que una Orca). La autora aboga por seguir las técnicas milenarias de los indígenas americanos y del Amazonas para proteger los bosques y selvas tropicales que capturan CO2. Pero los defensores ambientales, en vez de ser protegidos, sufren violencia por parte de industrias de madera, represas, agroindustria y minería. A ello se suma la deforestación y ocupación ilegal de tierras para dedicarlas a pasto de ganado y cultivos de soja. Puede que el Amazonas ya esté emitiendo más carbono del que captura. «Soñamos con Orcas mecánicas mientras dejamos morir a las de verdad», lamenta Peirano.

Mientras se descuida la conservación de bosques y selvas, surgen iniciativas de reforestación como la Gran Muralla Verde de África (cien millones de hectáreas de árboles para frenar al desierto del Sáhara) y que han sido un fiasco. En Turquía, en un día se plantaron 11 millones de árboles y tres meses después, el 90 % estaban muertos. Y en México se subvencionaba a los campesinos por plantar, por lo que estos clareaban el bosque para reforestarlo con árboles subsidiados. Peirano tacha estas iniciativas de «marketing» porque no calcula las externalidades y se asume que todos los árboles plantados prosperarán cuando no es así porque no se plantan coincidiendo con el ciclo de cultivos sino con el ciclo electoral. Hay un compromiso para plantar 800 millones de hectáreas de suelo pero la autora duda del éxito, sobre todo si no se hace segumiento del resultado.

Otra solución alternativa a la geoingeniería o la reforestación es el cambio de dieta (industrializada y que degrada el medioambiente, que genera enfermedades no contagiosas como el corazón, pulmón, cáncer y diabetes). La carne y los lácteos solo dan el 18 % de las calorías y 37 % de proteínas pero usan el 83 % del suelo y gastan el 90 % del agua. La Comisión EAT-Lancet propuso una reforma del sistema alimentario mundial capaz de alimentar a 10.000 millones de personas con comida saludable y sin agotar el planeta. La solución fue comer comida, no mucha y sobre todo plantas. La Dieta para la Salud Planetaria consiste en frutas, verduras, nueces, cereales en grano y legumbres y una hamburguesa de cien gramos por semana o dos raciones de pollo o pescado. Limitan los lácteos. Renuncian a la dieta vegana porque no se ajusta a toda la población. El problema es que en algunos países la fruta es un artículo de lujo y la carne está subvencionada. Al reducir el consumo de carne, bajaría la superficie de pastos y de cultivos de forraje, que podría ser reforestada.

La autora concluye que saldría barato si los indígenas protegen gratis el bosque y seguimos una dieta baja en cárnicos sin necesidad de esperar a tecnologías milagrosas. Pero, lamenta, los gobiernos no quieren seguir esta ruta más corta, barata, sensata y eficiente. Pero dejar de comer carne desafia los pilares del relato occidental sobre la supervivencia y la superioridad sobre el medioambiente. Cita otros modelos alternativos, descritos por David Graeber, como la cultura ecosostenible de los aztecas. Detrás de todos obstáculos está el capitalismo. La autora cita a Frederic Jameson: «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo».

La geoingeniería (bombear agua debajo de los casquetes, inyectar nieve en el ártico  o dispersar dióxido de sulfuro en la atmósfera) está pensada para salvar el modo de vida capitalista pero tiene un problema: puede generar efectos secundarios que aún no están estudiados. La prueba es que el volcán Pinatubo expulsó en 1991 20 millones de toneladas de dióxido de sulfuro y abrió un agujero en la capa de ozono, creó una capa de ácido sulfúrico y bajó medio grado la temperatura de la Tierra. Otros efectos podrían ser el aumento de acidificación del mar o el cambio de los monzones. La siembra de nubes de azufre podría generar el efecto contrario al deseado y subir aún más la temperatura.

En el capítulo 3, Peirano analiza las posibles soluciones a través de iniciativas ciudadanas. Cita una en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, que, ante la sequía, obligó a reducir el consumo de agua en el 2018 a agricultores, vecinos de chalés con piscina y hogares e instaurar contadores en cada casa para evitar el Día Cero. Hicieron embalses, talaron pinos y eucaliptos. En Sao Paulo, en Brasil, casi se quedan sin agua y cerraron el grifo en las favelas y conectaron dos ríos. El «gran agro» se bebe el  70 % del poco agua potable que hay (el 0,3 % en ríos y lagos, y el 0,9 % atomizada en el suelo y el 29,9 en aguas subterráneas). Un kilo de ternera gasta 15.000 litros de agua y un pollo, 4.300. Además, hay gastos de agua por pastizales y forraje. Y a ello se suman las fugas de agua en las tuberías (en España, el 25 %).

La autora cree que la idea de Ciudad del Cabo de poner contadores y sensores para evitar fugas de agua e hicieron un Big Data privado del consumo de cada vecino a través de aplicaciones móviles.

La autora se pregunta si podemos activar una transformación antes de la crisis en un mundo donde el 70 % de la población vivirá en una ciudad. Cree que para colocar sensores y contadores inteligentes en los hogares [nota del lector: por favor, un caballo de Troya de vigilancia masiva a través del Internet de las Cosas (IoT) camuflado en una excusa ecológica] para controlar el consumo de agua para ahorrar. Para evitar precisamente la comercialización de un valioso Big Data, propone que se use software libre. Otras alternativas son los incentivos para ahorrar. como dar agua gratis (como en Sudáfrica, porque no se puede cobrar por lo que no hay) o cobrarla a precio de oro como en Dinamarca, lo que deja fuera a los . Pero subvencionarla, como en Italia, fue un fiasco porque se gastó más.

Cree que los ciudadanos, si controlan y usan los sensores inteligentes que ya están disponibles en el mercado, podrán vigilar las infraestructuras municipales para controlar el ruido, la humedad, las partículas. Los sensores convertirían a un edificio en «un termómetro del bienestar medioambiental». La autora dice que la tecnología está preparada pero estamos monitorizando nuestros datos biométricos (hasta el consumo de calorías o los pasos) en beneficio de compañías que explotan en su beneficio nuestras enfermedades, dudas y desgracias. Por contra, una red de datos en tiempo real podría dedicarse a iniciar programas de investigación sobre la salud del barrio. Pone como ejemplos Hong Kong, Suecia y Francia y «The Stack», una propuesta de Benjamin Bratton para describir el modelo actual de organización técnica para la computación a escala planetaria (un milhojas de capas interconectadas e interdependientes donde la tapa inferior o base es la capa Tierra, responsable de proporcionar energía, agua y materiales al resto del sistema, y la superior, el usuario). Hay otras capas como Nube, que computa, Ciudad, que crea y gestiona, y Direcciones, que adjudicada, e Interfaces, donde se representa e interpreta. Otro ejemplo es Nextdoor (para facilitar vínculos entre vecinos), lo que prueba la posibilidad de generar una red modular hiperlocal para los barrios y municipios. Muy lejos de inventos como Ring, que lo que hacían era vigilar los movimientos de los vecinos y, supuestamente, succionar los datos de la comunidad, a la que consideraban un producto de control de personas. Critica una «smart city» pero con una ideología de progreso convierte a los ciudadanos en usuarios e impone la expansión y el consumo como única alternativa a la muerte de la gran ciudad.

Considera que las ciudades inteligentes se han convertido en plataformas cuyos objetivos son optimizar servicios, reducir gastos y maximizar la productividad de los usuarios. Pero las experiencias de este «colonialismo digital» han fracasado. Se basan en vigilancia automatizada y una visión panóptica para extraer datos mediante reconocimiento facial. Considera que la smart city es un «espejismo» que solo existe en los folletos de ferias tecnológicas y charlas TED como Masdar City (cerca de Abu Dabi) pero que solo ha completado un «piso piloto». Lo mismo con Songdodong, cerca de Seúl o PlanIT en Portugal. Pero son lugares para élites o con escasa privacidad e hipervigilados. Es una visión del Instituto Global McKinsey que no suele prosperar ni supera la primera fase de implementación. Sidewalk Toronto, junto con Google, también fracasó porque el ayuntamiento estaba delegando funciones en una empresa de extracción de datos. Como dijo Kate Crawford, la ciudad verde inteligente ni es verde ni es inteligente.

Otra idea es la Nube Temporal Inteligente, una especie de servidor gestionado por una plataforma de inteligencia de ciudad, a escala de barrio, que gestiona datos de los vecinos que podrían trabajar en red. En caso de crisis, el servidor (una DAO, organización autónoma descentralizada o TAZ) podria crear protocolos capaces de activarse en una crisis sin pasar por una autoridad central. Propone crear una infraestructura de tipo malla para la gestión horizontal de datos como Decode o el Centro de Resilencia Planetaria de Estocolmo.

Finalmente, propone un ejército civil contra el cambio climático, y cita como ejemplo el protocolo antihuracanes de Cuba, que salva miles de vidas cuando llegan los ciclones porque todos saben cómo actuar y dónde refugiarse. 

La autora concluye que es evidente que no se van a poder cerrar todas las plantas de carbón ni de acero ni acabar con la minería o la ganadería pero los ciudadanos pueden gestionar mejor los recursos más necesarios y limitados como el agua o la energía. Pueden buscar cooperativas vinculadas al contexto climático y ser parte de su red de sensores capaces de identificar, aprender o proponer. El edificio puede ser un satélite-observatorio de una red global del clima. Cree que el futuro está en la comunidad. 

 Resumen del libro «Manipulados. La batalla de Facebook por la dominación mundial», de Sheera Frenkel y Cecilia Kang (2021)

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 Resumen del libro «Manipulados. La batalla de Facebook por la dominación mundial», de Sheera Frenkel y Cecilia Kang (2021)

Link original y actualizado en:

https://evpitasociologia.blogspot.com/2022/07/manipulados-la-batalla-de-facebook-por.html

Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación Contemporánea y licenciado en Derecho y Sociología

Sociología, redes sociales, sociedad de la información, Internet, privacidad

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Ficha técnica:

Título: «Manipulados»

Subtítulo: La batalla de Facebook por la dominación mundial

Título original en inglés: An Ugly Truth. Inside Facebook’s Battle for Domination

Autoras: Sheera Frenkel y Cecilia Kang

Primera edición en inglés: 2021

Edición en español: Barcelona, Penguin Randon House

Páginas: 366

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Biografía de las autoras Sheera Frenkel y Cecilia Kang

Sheera Frankel es periodista, vive en San Francisco y escribe sobre ciberseguridad en The New York Times. Durante más de una década fue corresponsal en Oriente Próximo escribiendo para BuzzFed, NPR, The Times y los periódicos del grupo McClatchy.

Cecilia Kang vive en Washington DC y escribe sobre tecnología y regulación tecnológica en The New York Times. Antes trabajó durante diez años en The Washington Post cubriendo temas de tecnología y negocios.

Frenkel y Kang han formado parte del equipo de periodistas de investigación finalistas al Premio Pulitzer en la categoría de reportajes nacionales. El equipo ganó el premio George Polk por el mejor reportaje nacional y el premio Gerald Loeb por la mejor investigación periodística.

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Texto de la solapa

«El libro que Facebook no quiere que leas.

Facebook lleva varios años en el ojo del huracán. Desde que estallaron los escándalos de Cambridge Analytica y la campaña de desinformación rusa, ha intentado esquivar una avalancha de controversias y demandas relacionadas con su estrategia empresarial. Mientras la plataforma presume de crear un mundo interconectado donde poder expresarse con libertad, viola la privacidad de sus usuarios y propaga una epidemia de desinformación tóxica y dañina.

A partir de una minuciosa investigación y tras haber entrevistado a legisladores, inversores, académicos, ejecutivos y empleados del gigante de Silicon Valley, Sheera Frenkel y Cecilia Kang, dos prestigiosas periodistas de The New York Times, se adentran en los entresijos de una empresa rodeada de siempre de un gran secretismo y cuya cultura exige una lealtad ciega, y revelan las operaciones ocultas y las luchas de poder de la red social por excelencia.

Mucha gente considera que Facebook ha perdido el rumbo, pero esta explosiva investigación demuestra cómo los pasos en falso de los últimos años no son una anomalía, sino una consecuencia inevitable. Mark Zuckerberg y Sheryl Sandberg emprendieron juntos la construcción metódica y deliberada de un modelo de negocio despiadado basado en el crecimiento ilimitado. Cegados por su propia ambición y arrogancia, esta no es la clásica historia de Frankenstein, el monstruo que se liberó de su creador, sino de dos personas que han decidido mantenerse al margen mientras su imperio sirve de altavoz a criminales y regímenes corruptos de todo el mundo con consecuencias devastadoras.

Sería muy fácil reducir la historia de Facebook a la de un algoritmo fallido. La verdad es mucho más compleja y este libro es la prueba definitiva.

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ÍNDICE

Prólogo: a cualquier precio

1. No hay que tentar a la suerte

2. El próximo bombazo

3. ¿En qué estamos metidos?

4. La exterminadora de ratas

5. El canario salvavidas

6. Una idea verdaderamente descabelladas

7. La empresa por encima del país

8. Borrad Facebook

9. Piensa antes de compartir

10. Un líder para tiempos de guerra

11. La Coalición de la voluntad

12. Amenaza existencial

13. La interferencia oval

14. Un bien para el mundo

Epílogo: La estrategia a largo plazo

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RESUMEN

Las autoras Sheera Frenkel y Cecilia Kang concluyen que a lo largo de 16 años, Facebook obtuvo grandes ganancias de la red social que se han gestado repetidamente a expensas de la privacidad y seguridad del consumidor y la integridad de los sistemas democráticos. Dicen que Mark Zuckerberg y su número 2 Sheril Sandberg crearon un negocio que se ha convertido en una máquina imparable de generar beneficios y que podría ser demasiado poderosa para disolverla. Creen que los cambios difícilmente vendrán de dentro: «El algoritmo que sirve al corazón de Facebook es demasiado poderoso y lucrativo». Además, añaden, la plataforma se cimienta en una dicotomía fundamental y tal vez irreconciliable: su supuesta misión de mejorar la sociedad conectando a la gente a la vez que obtiene beneficios de ella. «Es el dilema de Facebook y su fea realidad», dicen las autoras.

El libro deja claro el esfuerzo de Facebook para convertirse en una plataforma gigante que unió a gran parte del mundo en una conversación pero que, en afán de ganar dinero, dejó pasar muchos errores de diseño, por no decir legales (privacidad, altavoz de fake news que incitan a la violencia, soporte para ideas políticas extremistas y violentas, manipulación de elecciones). Por otra parte, Facebook, al convertirse en un coloso, aprovechó su poder para transformarse en un monopolio comprando apps como WhatsApp e Instagram. Luego, para evitar la legislación antimonipolio que pretendía trocearlo, alegó ser un negocio demasiado complejo para dividirlo. El dirigente de Facebook, a pesar de tener a todo un lobby en Washington, que defendía sus intereses, tuvo que comparecer varias veces en el Congreso para responder sobre infiltraciones rusas o el escándalo de Cambridge Analytica. Su equipo de abogados lo entrenó para responder adecuadamente. La primera pregunta que le hicieron los congresistas fue: «¿Podría usted compartir con nosotros en qué hotel va a dormir esta noche?». Zuckerberg respondió: «No, es algo privado».

 La gran ejecutiva de Facebook es Sheryl Sandberg, un puño de hierro que procedía de Google y supo redimensionar la compañía a escala planetaria, de forma que pasó de tener 10 millones de usuarios a 2.000 millones. Una fórmula del éxito fue vender a los publicistas la posibilidad de acceder a la privacidad de los usuarios de la plataforma para venderles productos. La línea de negocio era clara: más usuarios, más beneficios. Por eso, se dio prioridad a que los usuarios leyesen en su Feed News (una idea tecnológica que se le ocurrió a Zuckerberg para que las publicaciones de tus amigos apareciesen en tu muro y este se refrescase continuamente)

Las autoras narran las aventuras del fundador Zuckerberg y la ejecutiva Sandberg desde sus tiempos universitarios, en facultades de élite. En los primeros años, su sueño era llegar al millón o dos millones de usuarios, luego pasar de mil millones a 2.000 millones de amigos (para ello, Facebook se expandió hacia países en desarrollo), y algún día, llegar a los 5.000 millones. Se trataba de crecer y crecer mientras se amontonaban los problemas: la injerencia rusa en las elecciones del 2016 y en el Brexit, disturbios racistas generados por mensajes de odio, el genocidio de Indonesia contra una minoría musulmana basado en «fake news», el asalto al Capitolio por seguidores de Trump… El problema, dicen las autoras, es que varios empleados de Facebook avisaron antes de los peligros que generaban esos mensajes pero la cúpula hizo oídos sordos y nadie los eliminó, lo que algunas veces culminó en tragedias o asesinatos. Zuckerberg siempre alegó que respetaban el derecho a la libertad de expresión (salvo delitos infantiles, violencia explícita, etc).

Otro frente de batalla fueron los robos de datos a usuarios para segmentarlos en perfiles de personalidad y hacer campañas publicitarias. Zuckergerg había apostado por un producto que permitía a las empresas publicitarias extraer datos de los clientes. Fue una tecnología que aprovechó Cambridge Analytica para hacerse con información de las cuentas de 40 millones o más de estadounidenses para relanzar la campaña de Trump, que al final ganó las elecciones del 2016.

 Por otra parte, el jefe de ciberseguridad Stamos descubrió que una granja de trolls de San Petersburgo, perteneciente al gobierno de Rusia, estaba comprando anuncios en Facebook y creaba una red de grupos para alcanzar a varios millones de usuarios. La intención de la injerencia rusa era manipular la conducta de los votantes a la hora de elegir a un candidato o de abstenerse. [Nota del lector: Diversos autores, sobre todo Zuboff, avisan de que la manipulación conductal es una tecnología que es difícil de entender porque no se conoce, razón por la que pasa desapercibida pero que conduce a los usuarios de las redes, a través de mensajes que te hacen sentir triste o contento, a votar, a no ir a votar o a cambiar el voto]. 

Además, Stamos descubrió que la misma agencia rusa estaba filtrando correos interesados en vísperas de varias campañas electorales en Occidente, caso de Francia, pero avisaron a Macron, o a Hilary Clinton (esta fue defenestrada por correos filtrados que la ponían en evidencia). Stamos peleó por mejorar la ciberseguridad pero el problema era de fondo: la cúpula de Facebook eliminó mucha propaganda rusa pero siempre quedaba algo precisamente porque el algoritmo lo permitía. Al ver que nadie iba a hacer nada al respecto, Stamos dimitió. 

Una de las cuestiones que se aborda en el libro es la decepción de muchos trabajadores al ver que Facebook miraba hacia otro lado cuando había problemas de delitos de odio o privacidad. Muchos trabajadores descontentos filtraron documentos a la prensa y fueron despedidos por deslealtad. Había una informática dedicada a ello: la llamada «exterminadora de ratas». Por otra parte, los empleados podían chatear varias veces al mes con el propio Zuckerberg: el grupo votaba varias preguntas y el jefe las contestaba. Pero con los años creció el descontento porque veían que detrás de un proyecto ilusionador había montado un sistema «autoritario» (bajo el puño de hierro de Sandberg) y que no se preocupaba por el usuario (de lo que se trataba era de exprimirlo) sino de ganar más y más dinero. En el 2020, llegaron a facturar 86.000 millones de euros en publicidad. Todos los años estaban creciendo.

Cuando fue la pandemia del covid, Facebook ya lo sabía unas semanas antes (gracias a los informes de alerta que le enviaron sus fundaciones y oenegés en Asia) y había ordenado a sus empleados no esenciales comenzar a teletrabajar.

Una metáfora para entender cómo funciona el algoritmo de Facebook

[Nota del lector: Este párrafo no forma parte del libro. Lo he puesto para que se entienda cómo desde el libro ven el funcionamiento del algoritmo.

Para entender la política de Facebook sobre las «fake news» o delitos de odio, hay que valerse de una metáfora que me he inventado: Imaginen ustedes a un tabernero que ha montado un bar confortable donde la gente charla de todo tipo de temas. En una mesa, unos ladrones planean un robo, en otra, un grupo coral queda para ensayar, en otra, una familia propone hacer un picnic, … La idea de Zuckerberg es que la libertad de expresión es sagrada y que su misión es ayudar a que la gente esté en contacto sin interferir porque no es quién para decidir qué es verdad o no. Al igual que en un bar, ningún tabernero echa del local a un cliente por hablar de lo que sea, esté de acuerdo o no con él, a no ser que se ponga muy violento y tenga que llamar a la policía.

Si volvemos al bar, vemos que el público se está arremolinando en torno a una mesa: allí un viejo chismoso que cuenta historias difamatorias de políticos de otro partido, conspiraciones, temas raciales… Cada vez hay más público arremolinado, especialmente gamberros y camorristas, y lo que piensa el tabernero no es: «debo echar del bar a este viejo porque está divulgando mentiras que podrían sembrar la violencia» sino que piensa: «Hoy vendo el triple de cervezas».  Al día siguiente, sienta al chismoso en una mesa más grande para que gane más público porque es una atracción gratuita que beneficia a su negocio hostelero. Un día, una turba ciega sale enfurecida del bar y acosa la casa de un político, dan una paliza a un granjero inocente porque circulan rumores de que en su sótano almacena grandes alijos de droga o invaden la Alcaldía. Todos saben quién es el cliente que vierte esos mensajes tóxicos pero nadie hace nada por echarlo del bar porque cada día entra más clientela a escuchar sus peroyatas. A mayores, otros contadores de rumores llegaron atraídos al bar porque rebosaba de clientes y aprovecharon esa gran audiencia para pedir mesa y difundir sus mentiras y mensajes de odio.

A todo ello se suma, que entre los clientes del bar hay comerciales y espías extranjeros que sonsacan datos de los otros clientes, oyen sus conversaciones, hacen fichas de ellos, los clasifican a fin de enviarles propaganda,… El tabernero lo sabe pero no se inmiscuye pues esos clientes también piden cervezas y están mucho tiempo en el local, y hacen gasto. Tras las protestas de algunos afectados, coloca mamparas en las mesas para garantizar la «privacidad»]

No sé si se ha entendido la metáfora que he puesto pero lo que las autoras vienen a decir es que Zuckenberg y Sandberg idearon un algoritmo que potencia las «fake news», no porque les gusten las mentiras sino porque dan mucho más público y tráfico, lo que genera más beneficios. A decir verdad, quiénes son ellos para decir que algo es verdad o mentira, lo deciden los usuarios con sus comentarios. Pero todo ese debate que generan las noticias tóxicas aumenta las visualizaciones y escala puestos en el ránking de los más vistos, por encima de las preocupaciones por el clima, la igualdad y otras buenas causas. El problema ha surgido cuando algunos han aprovechado la plataforma social como altavoz para cometer fechorías: las autoras citan la supuesta injerencia rusa en las elecciones del 2016 y el uso de datos sin permiso de Cambridge Analytica ].

«Atrapados», de Nicholas Carr (2014)

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Resumen: «Atrapados», de Nicholas Carr (2014)

El resumen original y actualizado está en el siguiente link:

http://evpitasociologia.blogspot.com/2015/02/atrapados-de-nicholas-carr-2014.html

Resumen y anotaciones por E.V.Pita, licenciado en Sociología y Derecho

Sociología, cambio social, cambio tecnológico

Título: «Atrapados»

Subtítulo: Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas

Título en inglés: «The Glass Cage. Automation and Us»

Autor: Nicholas Carr

Fecha de publicación: 2014, W.W.Norton

Publicación en español: Alfaguara Grupo Editorial SL, 2014

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Biografía oficial del autor (hasta 2014):

Nicholas Carr es autor de «Superficiales, ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?», finalista del premio Pulitzer y éxito de crítica y ventas en España. Otros de sus libros publicados son «El gran interruptor» (2008) y «Las tecnologías de la información ¿Son realmente una ventaja competitiva?» (2004),

Ha escrito para The Atlantic, The New York Times, The Wall Street Journal, Wired, The Guardian, The Times of London, The New Repùblic, The Financial Times, Die Zeit, entre otras muchas publicaciones y es escritor-residente de la Universidad de California, Berkeley, y editor ejecutivo de la Harvard Business Review.

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Texto de la contraportada:

«Cada día, diversas aplicaciones nos ayudan a hacer ejercicio e incluso buscar pareja. Confiamos en una voz artificial que nos guía paso a paso hasta nuestro destino. Las redes sociales nos incitan a recuperar amistades. La automatización es imparable y ya se está apropiando incluso de las profesiones más cualificadas: los softwares substituyen el ojo clínico del médico, el oído del músico, la mano del arquitecto o la pericia del piloto. Coches que conducen solos, ataques con drones militares… La realidad supera con creces lo que hasta hace poco nos parecía ciencia-ficción.

Nicholas Carr investiga lo que hay detrás de nuestro culto a la tecnología y de nuestra creciente dependencia de las máquinas para revelar su verdadero impacto desde una perspectiva profundamente humana. Recurrir en exceso a la «sabiduría de los algoritmos» nos adormece, anestesia nuestra capacidad de aprendizaje y de razonamiento. Sus indudables beneficios, en definitiva, nos están robando también algo esencial.

Tejido a base de curiosidades históricas y lúcidas descripciones de las últimas tendencias, «Atrapados» nos brinda una visión realista y alarmante de un poderoso fenómeno que no solo está determinando ya nuestras vidas sino que dominará el debate de las próximas décadas».

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ÍNDICE

Introducción; Alerta para operadores

1. Pasajeros

2. El robot a las puertas

3. Con el piloto automático encendido

4. El efecto degenerativo

Interludio, con ratones bailarines

5. El ordenador administrativo

6. Mundo y pantalla

7. Automatización para las personas

Interludio, con un ladrón de tumbas

8. Tu dron interno

9. El amor que pone orden en el cenagal

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Comentarios previos:

En su anterior obra, Superficiales, A grandes rasgos, en ese libro Carr advirtió de que los usuarios de Google, por poner el ejemplo más significativo,  estaban trabajando gratis para un ordenador central, al que le introducían cada dia ingentes cantidades de datos (búsquedas, traducciones, fotos comentadas, etc…)que luego procesaba con sus algoritmos [Nota del lector: quizás lo humanos se han convertido en las células sensoriales y «neuronas» baratas de un gran ordenador llamado Internet]. En resumeb, Carr sospechaba que el ser humano se está convirtiendo en un idiota que ha perdido sus facultades memorísticas y que ni siquiera sabe leer bien (lee los documentos a toda prisa en Internet sin procesar nada ni reflexionar) y además su cerebro está «esclavizado» porque, a fin de cuentas, trabaja para un gran ordenador central.

En este libro, sigue en la misma línea, al advertir de los riesgos que conlleva la automatización a gran escala, no solo por el peligro de accidentes sino por la increíble pérdida de empleos que genera la robotización [Rifkin habló en»El fin del trabajo» de que cada oleada industrial genera más desempleo estructural que el nuevo empleo que crea, como así pasó con el paso de la agricultura a la industria, de la industria a los servicios, y de los servicios a la informática]. Es lo que se llama el «desempleo tecnológico», identificado por primera vez por Keynes en 1930.

El segundo capítulo es especialmente interesante, desde el punto de vista de la Economía, porque viene a sugerir que el desempleo de la Gran Depresión de 1929 pudo deberse, entre otras cosas, al desajuste surgido con la mecanización de las grandes empresas y el trabajo en cadena. Pensemos en la cadena de Ford, que disparó la producción. A partir de los años 50, Ford dio un paso más e implantó la automatización (en la que el control lo tienen el programador y la máquina y no el trabajador). En los últimos años, como predijo Wiener en su libro sobre la Cibernética (1950), las máquinas se han convertido en aparatos más eficaces y rápidos que el trabajador (más caro y proclive a pedir aumento salarial). La implantación de las máquinas para aumentar la producción es una elección que han hecho los empresarios e inversores lógicamente para incrementar sus beneficios, inversión que ha dado muy buen resultado siempre que haya demanda. Las máquinas y la automatización no solo han sustituido a empleados en tareas complejas como soldar una chapa sino también en labores administrativas de cuello blanco. Algunos expertos creen que las máquinas acabarán con el 75 % del empleo en el 2050.

Aunque se dice ahora que las empresas ya no deslocalizarán más su producción y que muchas retornarán a Estados Unidos, el problema, dice Carr, es que estas empresas que vuelven están altamente automatizadas y apenas generarán nuevos empleos. La prueba es que la informatización disparó la productividad de las empresas pero el empleo apenas ha variado en 20 años, se fabrica más pero con la misma gente.

La implantación de las máquinas ha generado protestas, siendo las más prontas las del siglo XIX en Inglaterra, cuando los artesanos de las Middlands se rebelaron y quemaron la maquinaria textil, en un movimiento conocido como «luddita». Fueron aplastados y la mecanización continuó.

No obstante, Carr advierte de que la automatización es peligrosa por ejemplo, en los aviones, porque como la mayoría de las maniobras las hace el piloto automático, el comandante de la aeronave pierde reflejos y facultades, lo que ya ha motivado accidentes por errores humanos o por la incapacidad de reaccionar perfectamente en caso de peligro. Recuerda que la aviación es de los pocos sectores en que se implantó la automatización en tiempos tan tempranos como 1914, gracias a la invención del giroscopio y del piloto automático.

(seguirá el resumen)